¿Conocen la expresión “aldeas Potemkin”? Denota algo que no existe y que se utiliza para enmascarar la realidad. El mariscal Potemkin construía decorados que mostraba a Catalina II de Rusia desde una colina, haciéndolos pasar por magníficos y prósperos pueblos. Cuando la zarina dejaba atrás la aldea, los bastidores se retiraban y la miseria de siempre quedaba al descubierto.

El día 9 de septiembre inauguramos un aeropuerto Potemkin: ese primer día, delante de las cámaras de televisión, todo funcionó perfectamente. Han bastado un par de días para que la realidad se manifestase con toda su crudeza: la Unidad de Pasaje sigue a la deriva, abandonada a su suerte por parte de una jefatura que no muestra el menor respeto por sus trabajadores y lo único que hace es encogerse de hombros y decir esa odiosa frase: “Esto es lo que hay”.

Lo sabemos todos y lo saben ellos: si el trabajo sale es gracias a nuestra buena voluntad. Pero se nos están acabando la buena voluntad y la paciencia. ¿Cuál es ahora la mayor preocupación de la Unidad de Pasaje? ¿El desbarajuste de Alobex? ¿La falta de personal? ¿La ausencia de procedimientos ante las nuevas exigencias del nuevo aeropuerto? No: el pañuelo y la corbata amarillos. Ya estamos cansados de tonterías. ¿Recuerdan por qué se amotinan los marineros del acorazado Potemkin en la película de Einstein? Se quejan a sus superiores de que la comida que les sirven está en malas condiciones y les muestran un trozo de carne cubierta de gordos gusanos que se retuercen. El médico militar del barco lo mira, dice: “No son gusanos. Son larvas de mosca. Limpiadla con salmuera”, se da media vuelta y se va. Y estalla la revuelta.

Recomendamos a nuestros superiores que no sigan tratándonos como a idiotas.

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