Por desgracia, en este país estamos asistiendo a un fenómeno muy negativo que consiste en presionar desde fuera a los que están dentro. Eso ha existido siempre, la lucha entre insiders y outsiders, pero últimamente se está manifestando con mucha virulencia y con argumentos del tipo “los que tienen trabajo son unos privilegiados”, o “deberían dar gracias por tener trabajo”.
Tenemos trabajo y no por eso nos sentimos privilegiados. Quizá tengamos suerte, eso sí, porque muchas personas carecen de él. Sin embargo, a pesar de estar trabajando no nos sentimos moralmente culpables por esta situación, ni debemos nada a nadie. Trabajamos, pagamos impuestos y con ello contribuimos un poco a la riqueza nacional.
Por desgracia, se está imponiendo la ley de la oferta y la demanda para abordar el desempleo. Craso error. El mercado laboral, aunque cada vez menos, es un mercado intervenido. Hay normas que regulan el salario mínimo, las vacaciones, los descansos, los derechos irrenunciables, etc. Son conquistas sociales que se han ido logrando poco a poco, precisamente porque no se puede aplicar la ley de la oferta y la demanda en sentido puro.
Los trabajadores son un factor de producción especial: tienen vidas, hijos, derechos, se ponen enfermos… No es como si hablamos del precio del petróleo que sube y baja según la oferta y la demanda o por razones especulativas. Y menos mal que así es porque el mercado solamente funciona cuando hay simetría entre un lado de la balanza y el otro. Algo que no existe en el mercado laboral, entre trabajadores (muuuuchos) y empleadores (poooocos). Y como equilibrio, debería estar el Estado que, vía el derecho, compensa el desequilibrio.
Qué gran error sería ignorar esta realidad. Volveríamos a la revolución industrial o quizás a la época de los esclavos, sin derechos de ninguna clase, a un mercado que funciona como un monopolio o un oligopolio. Con la reforma laboral que se ha aprobado por decreto damos un paso atrás en esa dirección.
Las clases dominantes y neoliberales, amantes de lo que llaman “mercado”, entronizan su discurso en “con la que está cayendo, es Ud. un privilegiado”. Decir eso no es defender el mercado, es justificar políticas regresivas, asustarnos de que tenemos más de lo que nos corresponde y por eso debemos apretarnos más el cinturón. Huyamos de esa verborrea mediateca.
Lo que es seguro es que nuestras condiciones de trabajo son las que son y con independencia de que haya gente por encima o por debajo, nada debemos a nadie. Es el producto de años de trabajo, lucha y cesiones, de esfuerzos, de momentos difíciles compartidos entre todos, de expectativas truncadas cuando te vas subrogado de manera irregular. Aun así, estamos como estamos.
Vienen momentos complicados. La nueva reforma laboral nos será de aplicación en cuanto Iberia tenga oportunidad de hacerlo y nuestro convenio está ahí. Poco podemos esperar de los sindicatos mayoritarios que año tras año han ido avalando con su inacción, las diferentes políticas de recorte que se han ido instaurando en Iberia y en este país.
La clave está en entender qué papel puedes jugar en todo este proceso. Un proceso que viene de lejos y que llevamos años anunciándolo. Exijamos que nos respeten. Para eso están los Estados y las leyes, para poner coto a los desequilibrios. Por desgracia, el Estado ha renunciado a sus competencias y los sindicatos también.
Mientras no haya leyes que pongan freno a la explotación laboral y a la continua precarización de nuestras condiciones laborales, mientras nuestros gobernantes no legislen en beneficio de una mayoría y mientras nuestros líderes sindicales no miren hacia otro lado, siempre quedarás tú.
“Ponte en on”.