Hemos cedido tanto para mantener un trabajo digno que al final ha dejado de serlo

Hoy, 1 de mayo, los trabajadores tendremos la oportunidad de reivindicar en las calles la mejora de nuestros derechos sociales y laborales. Lo haremos envueltos en una pandemia mundial, que ha sido especialmente dura en nuestro sector, y que tendrá graves consecuencias en nuestras futuras condiciones de trabajo.

¿Pero es suficiente una sola jornada de reivindicación para defender nuestros derechos, nos implicamos lo suficiente en la defensa de nuestros puestos de trabajo?.

En el día de hoy de 1886, los trabajadores de una fábrica de Chicago comenzaron una huelga con el fin de conseguir una jornada laboral de 8 horas, la cual finalmente se consiguió después de varios meses de lucha y unas cuantas muertes.

En España, los trabajadores de la Canadiense, una empresa eléctrica de Barcelona, mantuvieron una huelga de 44 días que paralizó la ciudad y gran parte de la industria catalana, pero consiguió que España fuera el primer país en promulgar por ley la jornada laboral de 8 horas.

Todas estas huelgas consiguieron mejoras en las condiciones de trabajo y, durante décadas, especialmente al final de la segunda guerra mundial, los trabajadores disfrutamos de un “frágil acuerdo no escrito” que se basaba en la paz social y el crecimiento armónico. Dicho acuerdo se fue finiquitando a partir de la década de los 70 en Estados Unidos,  cuando se empezó a  combatir a los sindicatos y desmantelar las protecciones sociales de los trabajadores.

La relación que asociaba la mejora productiva con el aumento de los salarios había crecido paralelamente entre 1948 y 1973 con un aumento de la productividad del 97% y un aumento salarial del 91%, mientras que de 1973 a 2014 la productividad creció un 72% y la compensación salarial solo lo hizo en un 9%.

Según el historiador Josep Fontana, profesor de historia económica, la causa fundamental que ha conducido a la degradación actual del trabajo ha sido el retroceso de los sindicatos, los cuales han sido atacados desde el poder en algunos países (EE.UU o Gran Bretaña) o desarmados en otros, el caso de España, con reformas laborales basadas en la austeridad. Pero no es menos cierto que los trabajadores somos, en parte, culpables de esta degradación al no implicarnos en la defensa de las condiciones de nuestros puestos de trabajo.

Los sindicatos son la herramienta que existe para defender nuestros derechos, pero por si solos no son capaces de cambiar las reglas del juego. Un sindicato sin la implicación de los trabajadores se convierte solo en unas siglas incapaces de defender, pelear y oponerse a los ataques que sufrimos en el día a día. Y sin implicación solo nos queda, como última opción, apostarlo todo en unos Tribunales con unas leyes hechas a medida del poder.

Quizás es el momento de echar la vista atrás y decidir si estamos dispuestos a pelear por no perder todo aquello que costó tanto ganar.

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