Paseando por la Vía Layetana, caminando por la acera opuesta al histórico edificio en manos de los dos grandes sindicatos mayoritarios, a veces coincides con la salida de los delegados electos. No hay coches oficiales con sus conductores y escoltas, ni periodistas, y sí muchos trabajadores, algunos de ellos desesperados en busca de soluciones que nunca llegan. Un tropel de individuos de ambos sexos, encorbatados algunos y engalanadas ellas, saliendo del recinto con los aires que podéis imaginar. No se identifica a ninguno pero al pájaro se le conoce por la cagada. Van pavoneándose tiesos, importantes, seguros de su papel en los destinos de las empresas, camino del coche o del restaurante donde seguirán trazando las líneas maestras de la política laboral y sus consecuencias. No pocos salen arrogantes y sobrados como estrellas de la tele, con trajes y maneras afectadas de los nuevos directivos. Oportunistas advenedizos que cada mañana se miran al espejo para comprobar que están despiertos y celebrar su buena suerte. Sindicalistas, nada menos. Sin tener, algunos, el bachillerato….
Ni haber trabajado en su vida. Desconociendo lo que es madrugar para fichar a las seis de la mañana, o quedarse sin vacaciones en verano porque están liberados, o con turnos colgados. Y protegidos porque se afiliaron sabiamente a los sindicatos del poder. Y nos venden. Y nos engañan. Sin escrúpulos y sin vergüenza. Y en cada ocasión, cuando cruzas con ese desfile insultante, con ese espectáculo de prepotencia absurda, experimentas un intenso desagrado; un malestar íntimo, hecho de indignación y desprecio. No es un acto reflexivo. Sólo visceral. Desprovisto de razón. Espontáneo. Un estallido de cólera interior. Las ganas de acercarme a cualquiera de ellos y ciscarme en su ………
Sabemos que esto puede ser excesivo. Que siempre hay justos en la morada. Gente honrada. Delegados decentes cuya existencia es jalonada, vitoreada. Pero hoy hablamos de sentimientos, no de razones. Tan agresivo y pesimista. Por qué creemos ver sólo gentuza cuando los miras, pese a saber que entre ellos hay gente perfectamente honorable. Por qué, de admirar y respetar a quienes ocuparon esos mismos puestos hace veinte o treinta años, hemos pasado a despreciar de este modo a sus mediocres reyezuelos sucesores. Por qué unas cuantas docenas de analfabetos irresponsables y plegados a los intereses de sí mismos, pueden amargarnos en un instante, la tarde, el día y la vida.
Los hemos visto durante años, aquí y fuera. En los comités de muchas empresas, en la firma de ERE´s desproporcionados, en asambleas manipuladas a donde llevan sus irresponsabilidades, sus corruptelas, sus ambiciones encubiertas. Su incultura atroz y su falta de escrúpulos. Conocemos las consecuencias. Vivimos las consecuencias. Y sabemos cómo lo hacen ahora, adaptándose a su tiempo y su momento. Lo sabe cualquiera que se fije, que trabaje. Algún día, os detallaremos cómo se lo montan. Cómo y dónde comen y a costa de quién. Cómo se reparten las prebendas y los privilegios. Cómo se organizan entre ellos, en comisiones y visitas institucionales que a nadie importan una mierda, descarados e inútiles viajes MADRID que asumen las empresas a cambio de convenios a la baja. Cómo se han trajinado las miles horas sindicales con la excusa de negociaciones interminables y comisiones inexistentes. Y de ahí a supervisores, jefes de servicio y subdirectores. Ese es el premio de tanto trabajo. De tanta entrega. Y mientras tanto, los curritos entregados en el submundo de las bodegas en pleno verano a 35ºC, facturando colas interminables a ritmo de remero, con jornadas interminables, con convenios sectoriales que nos degradan, que nos humillan.
Ahora por lo menos, mientras nos dirigimos al vestuario para cambiarnos rápido, no vaya a ser que perdamos el bus (perdón, que también nos lo han vendido), algunos sabrán lo que tenemos en la cabeza cuando nos cruzamos con ellos.